Cuentos Originales

COPODENIEVE (BLANCANIEVES)
Ilustración de Lacombe

HERMANOS GRIMM

Una reina deseo tener un bebé blanco como la nieve y encarnado como la sangre y con unos cabellos negros como el ébano. Al poco tiempo tuvo una hija que puso de nombre Copodenieve, pero la madre murió poco después de nacer esta. El padre de Copodenieve pronto se casó con otra mujer malvada que poseía un espejo mágico al que preguntaba quién era la mujer más bella del reino. El espejo siempre contestaba que era ella, hasta que Copodenieve creció y el espejo cambió su punto de vista, diciéndole a la reina que la mas bella era Copodenieve.

La reina, muerta de envidia mandó a un cazador que la matase y le trajese el hígado y los pulmones de la niña. Este fue incapaz y la dejo escapar y para que la reina no sospechase, mató un cervatillo y le extrajo sus pulmones y su hígado. Copodenieve huyó y se resguardo en una pequeña casa que pertenecía a siete enanitos que dejaron que se alojase allí a cambio de que les mantuviese la casa limpia y les hiciese la comida.

La reina pronto descubrió el engaño gracias al espejo e intento deshacerse de ella. Primero, disfrazándose de vieja, le vendió una cinta, la cual se la apretó tanto a la cintura que la dejó sin respiración. Los enanitos le quitaron la cinta y la joven revivió pero la reina volvió disfrazada y le vendió un peine envenenado que los enanitos volvieron a encontrar y se lo quitaron. Finalmente, la reina consiguió hacer una manzana envenenada con la que Copodenieve cayó muerta.

Los enanitos construyeron un féretro de cristal y la velaron. Pronto apareció un príncipe que pidió que le dejasen llevarse el féretro a su palacio. Los enanitos se lo regalaron y de camino el féretro se cayó y Copodenieve expulsó el trozo de manzana que tenia en la garganta.

El príncipe le pidió que se casara con él, esta acepto e invitaron al banquete a la reina a la cual obligaron a ponerse unos zapatos de hierro candentes y bailó hasta caer muerta.


ROSA SILVESTRE (LA BELLA DURMIENTE)

Ilustración de Lacombe
Un rey y una reina deseaban tener un hijo pero no lo conseguían. Un día, bañándose la reina, apareció una rana que concedió su deseo a la reina y al tiempo nació una niña muy hermosa.

Al banquete de su nacimiento, los reyes invitaron a sus parientes y a las trece hadas, pero una no pudo ir porque no tenían plato para ella. Las hadas fueron concediendo a la niña bondades y antes de que la doceava hada pudiese concederle el deseo, se presentó el hada trece y maldijo a la niña con una maldición: la niña, a los quince años, se pincharía con el huso de una rueca y moriría.

El hada que faltaba por conceder el deseo quiso mitigar la maldición, y para ello dijo que no moriría sino que dormiría durante 100 años. De todas formas, los reyes mandaron quemar todas las ruecas del reino.

Pasados quince años, los reyes tuvieron que ir de viaje y la hermosa niña se quedó sola. Investigando por el castillo, llegó a una torre donde se encontró a una viejecita hilando. Nada más tocar el huso, la niña cayó en un profundo sueño, al igual que el resto de todo ser vivo que habitaba en el castillo. Pero, alrededor del castillo empezó a crecer un seto de rosales silvestres que cada año se hacia más y más grande.

Muchos príncipes intentaron cruzarlo pero ninguno lo conseguía y acababan muriendo. Pero pasados los años, llegó un príncipe y al escuchar la historia quiso ir a verla. Este llegó al castillo el día que el maleficio se tenía que deshacer y el seto de rosales se abrió dejándole paso.

El príncipe subió a la torre, besó a la princesa y esta se despertó al igual que el resto del castillo. Al final se casaron y vivieron felices para siempre.


LIMPIACENIZAS (CENICIENTA)

Ilustración de Huot
La mujer de un hombre muy rico cayo enferma y antes de morir le dijo a su hija que fuese una hija devota y buena. La niña creció como le había dicho su madre y su padre se casó con otra mujer que tenia dos hijas malvadas.

Las hermanastras y la madrastra obligaron a la joven a vestirse como una sirvienta y a hacer las tareas del hogar; además la insultaban y la trataban mal, y la empezaron a llamar Limpiacenizas. Un día, el padre se fue a la feria y le preguntó a cada hija que qué querían que les trajese. Las hermanastras pidieron joyas y vestidos, mientras que Limpiacenizas solo pidió que le trajese la rama del primer árbol que le moviese el sombrero. El padre le trajo una ramita de avellano, la hija la sembró junto a la tumba de su madre y, de lo que lloró, la rama echó raíces y creció un árbol.

Poco después, el rey anunció un baile de tres días al que debían acudir todas las doncellas hermosas del reino para que su hijo encontrara una esposa. Las hermanastras de Limpiacenizas se pusieron muy contentas y eligieron sus mejores vestidos, pero no dejaron ir a Limpiacenizas. Esta lloró para que la dejasen y la madrastra le dijo que si recogía un plato de lentejas de las cenizas en dos horas, la dejaría ir. La joven les pidió ayuda a los pájaros que recogieron, pero la madrastra le seguía sin dejar. Limpiacenizas volvió a llorar y esta vez le dijo que si recogía dos platos. Le volvió a pedir ayuda a los pájaros pero la madrastra no la dejó definitivamente.

Limpiacenizas fue al avellano y le pidió un vestido que le trajeron unos pájaros y se fue al baile. El príncipe bailo con ella toda la noche pero cuando él la quiso acompañar a casa ella se fue corriendo, al igual que ocurrió el segundo día. Pero el último día, el príncipe echó una cera de zapateros en las escaleras y uno de los zapatos de la joven se quedó pegado.

El príncipe fue a casa de Limpiacenizas y las hermanas para que les cupiese el zapato, una se cortó un dedo y otra un trozo del talón. Pero cuando el príncipe se llevaba a cada uno para que fuese su prometida, al pasar por el avellano, las palomas avisaban al príncipe de que mirase para atrás y mirase el rastro de sangra que dejaban, así el príncipe volvía a probar el zapato. Tras comprobar que las dos hermanastras no eran preguntó que si tenían más hijas, el padre respondió que sí pero que estaba sucia. El príncipe insistió y comprobó que Limpiacenizas era la bella doncella del baile.

Se la llevó como su prometida y cuando pasaron por donde las palomas estas se posaron en los hombros de Limpiacenizas. En la boda, las hermanastras fueron a pedir clemencia pero las palomas les sacaron los ojos como castigo por haber sido tan malvadas.

HANSEL Y GRETEL

Ilustración de Antonio Lorente
Hansel y Gretel eran dos niños de familia pobre que vivían con su padre y su madrastra. Un día el padre se dio cuenta de que no tenían para comer, y su esposa le aconsejó que abandonaran a los niños en el bosque. Él no quería pero al final acabó accediendo.

Pero los niños escucharon sus intenciones, y Hansel salió a recoger piedras blancas y se llenó los bolsillos de ellas. Así cuando al día siguiente los dejaron en el bosque, y una vez que anocheció, la luna iluminó las piedras y pudieron regresar a casa junto a su padre, que se alegró de su regreso.

Pronto volvieron a pasar penurias, y la mujer consiguió convencer de nuevo a su marido para que abandonase a sus hijos, pero esta vez en lo más profundo del bosque. Hansel y Gretel, que lo escucharon todo otra vez, decidieron hacer la misma operación, pero su madrastra había cerrado la puerta y Hansel no pudo recoger las piedras.

A la mañana siguiente, Hansel fue tirando migas de pan, pero cuando intentaron buscarlas al anochecer para volver a casa, los pajaritos del bosque se las habían comido. Los dos niños deambularon por el bosque, hasta que un pájaro los guio a una casa hecha de pan, con tejado de paste y ventanas de azúcar transparente.

Los niños empezaron a comer, pero de repente salió una viejecita que los invitó a pasar dentro y les ofreció una buena comida y unas camas para dormir. Pero en realidad, la vieja era una bruja que quería comerse a los niños y a la mañana siguiente encerró a Hansel en una jaula y a Gretel le ordenó que cocinara para cebar a su hermano.

Todos los días, la bruja mandaba a Hansel que sacara la mano y este sacaba un hueso de pollo para engañarla, porque la bruja no veía muy bien. Un día esta se cansó, y ordenó a Gretel que pusiera el horno y pidió que se acercase para ver si estaba caliente con la intención de empujarla dentro. La niña se dio cuenta de las intenciones de la bruja y pidió que esta le enseñase, y así la empujó dentro y murió.

Gretel fue a buscar a su hermano y los dos encontraron en la casa miles de piedras preciosas. Pusieron rumbo a casa, un patito los ayudó a cruzar el río y llegaron a su cabaña, donde los esperaba su padre que había sufrido mucho y había perdido a su esposa. Así se acabó el sufrimiento de esta familia.

CAPERUCITA ROJA

Ilustración de Mariela Sánchez
Había una vez una niña muy quería por todos, pero sobre todo por su abuela, que un día le regaló un abrigo rojo que no se lo quitaba nunca y desde entonces la llamaron Caperucita Roja.

Un día su madre le pidió que le llevase a la abuela un trozo de pastel y una botella de vino, aconsejándola que no se entretuviese en el bosque. Pero de camino, la niña se encontró con el lobo e ignorando la maldad del animal le dijo donde vivía su abuelita.

El lobo la engañó para que cogiese flores para la abuela y así se apresuró y llegó a la casa de esta y se la comió. Seguidamente se vistió como ella y esperó a la niña. Cuando llegó Caperucita se extrañó del aspecto de su abuela y le empezó a preguntar por sus orejas, sus ojos y sus manos grandes. Cuando llegó a los dientes el lobo le respondió que para comerla mejor, abalanzándose sobre ella y devorándola. Después se quedó dormido.

Poco después pasó por ahí un cazador, y extrañado por los grandes ronquidos entró a ver que sucedía. Al ver al lobo pensó que se podía haber comido a la anciana y aprovechando que el lobo estaba dormido, le abrió la barriga de donde salieron la abuela y la nieta.

Caperucita Roja buscó piedras y le llenaron la barriga de piedras al lobo y al despertarse calló contra el suelo y murió. Las dos se quedaron felices y el cazador se llevó la piel del lobo a su casa.


RUMPELSTILTSKIN

Ilustración de Diego Simone
Había una vez, un molinero que tenía una hija hermosa, y que presumió de ella ante el rey diciendo que era capaz de convertir la paja en oro. El rey pidió que la encerraran en una cámara llena de paja y le advirtió de que si no conseguía convertir toda la paja en oro, moriría.


La joven angustiada comenzó a llorar y de repente apareció un enanito que le pidió algo a cambio de convertir la paja en oro. La muchacha le ofreció su collar y así el enanito cumplió con su trato. Pero el rey no contento con esto pidió que la llevasen a otra habitación más grande. La joven volvió a llorar y se presentó de nuevo el enanito, al que le ofreció su anillo a cambio de que hilase la paja.

Pero el rey, que era muy avaricioso, pidió que la llevasen a otra cámara todavía más grande y a cambio la convertiría en su reina. La doncella comenzó a llorar y el enanito se presentó, pero ya no tenía nada que ofrecerle, asique el enanito le pidió su hijo primogénito a cambio de convertir la paja. Esta accedió y al verlo el rey, la convirtió en su reina.

Pasado un año, dio a luz a su primer hijo y el enanito se presentó. La reina comenzó a llorar y el enanito se compadeció de ella y le dijo que si en tres días adivinaba su nombre le perdonaría la deuda. Ni el primero ni el segundo, la reina adivinó el nombre, pero el tercer día, un mensajero le dijo que al pasar por una cabaña del bosque había escuchado a un pequeño ser decir que su nombre era Rumpelstiltskin y que se iba a quedar con el hijo de la reina.

La reina le dijo el nombre y este enfurecido se hundió en el suelo hasta la cintura y tirando de la pierna izquierda se partió a sí mismo por la mitad.

PINOCHO 
(Carlo Collodi)

Ilustración de Sabrina Dieghi
Un día, el carpintero maese Antonio, al que todo llamaban maese Cereza, decidió convertir un leño en una pata de una mesa. Pero cuando le dio el primer hachazo, sonó una vocecilla proveniente del leño que lo asustó.

Al rato, llegó por allí maese Gepeto, al que todos llamaban para burlarse de él, maese Fideos, pidiendo madera para hacer un muñeco. Maese Cereza aprovechó la ocasión para darle el leño parlante y Gepeto empezó a realizar su muñeco.

Cuando empezó a hacer los ojos esto lo miraron fijamente, cuando le hizo la nariz esta creció de manera desmesurada, al hacerle la boca, se empezó a burlar de él, y al hacerle los pies le pegó un puntapié. Le puso de nombre Pinocho y cuando le enseñó a andar, Pinocho salió corriendo y lo paró un policía que al final acabó arrestando a Gepeto.

Pinocho volvió a casa mientras llevaban a su padre a la cárcel y allí encontró un grillo que le aconsejó de que no debía irse de la casa de su padre. Pero el niño de madera quería irse porque no quería ir a la escuela asique no escucho al grillo y lo aplastó contra la pared.

Pronto empezó a tener hambre, pero no encontró nada, así que empezó a pedir y un hombre, creyendo que era un niño que venía a molestar le tiró un cubo de agua. Pinocho, empapado, volvió a casa y poniendo los pies al brasero para que se secasen, se quemaron. En ese momento llegó su padre, pero Pinocho no le podía abrir.

Cuando Gepeto consiguió entrar, le dio de desayuno tres peras y le hizo unos pies nuevos. A cambio, Pinocho le prometió ir a la escuela, asique Gepeto le fabricó un traje y vendió su chaqueta a cambio de una libreta, quedándose solo con una camisa en pleno invierno.

Así, Pinocho se dispuso a ir a la escuela, pero escucho música en la plaza y se dirigió a ver que ocurría. Iba a tener lugar un espectáculo de muñecos, pero valía veinte céntimos, así que el niño vendió la libreta que le había comprado su padre, para verlo. Una vez dentro, los muñecos reconocieron a su hermano Pinocho, y pararon el espectáculo para recibirlo. El dueño de los muñecos, enfurecido, pidió que echasen a Pinocho al fuego, pero este empezó a llorar y se apiadó de él diciendo que echaran a otro de sus muñecos. Pinocho salió a su rescate y el dueño, enternecido por este acto heroico, le perdonó la vida también.

Al día siguiente, el señor le dio cinco monedas de oro para que se las llevase a su padre, pero de camino se cruzó con una zorra coja y un gato ciego, que le prometieron a Pinocho llevarle al campo de los Milagros donde sus monedas se multiplicarían. De camino pararon en una posada, pero los dos animales se fueron sin Pinocho, dejándole a este que pagase la cena y diciéndole que le esperaban en el campo de los Milagros. Pinocho se dispuso a ir, pero se encontró con la sombra del grillo parlante que le aconsejó que diese la vuelta, pero el niño no le hizo caso.

De repente le salieron al paso dos ladrones, y Pinocho salió corriendo hasta que estos le dieron alcance y lo colgaron de una encina para ahorcarlo, cerca de una casa donde había un hada. El hada mando descolgar al muñeco y llamó a los tres médicos más importantes: un mochuelo, un cuervo y un grillo parlante, que decía que era un holgazán. Pinocho comenzó a llorar.

El Hada le dijo a Pinocho que se tomase una medicina, este al principio se negó y al final accedió. Posteriormente, el Hada le preguntó dónde tenía las monedas, y él, que sabía que las tenía en el bolsillo, mintió sobre su paradero y le creció la nariz. Al final, consiguió reducirle la nariz y le dijo a Pinocho que se quedase a vivir allí con ella.

Así, Pinocho salió en busca de su padre, pero se encontró con la zorra y el gato que lo volvieron a convencer para ir al campo de los Milagros. Llegaron a una ciudad llamada “Engañabobos” y allí hicieron enterrar sus monedas y lo mandaron a la ciudad a esperar veinte minutos y después volver para ver multiplicado su dinero.  Al volver, el gato y la zorra, se habían llevado su dinero. Pinocho fue a denunciarlo, pero en vez de hacerle caso, lo metieron a él en la cárcel durante cuatro meses.

Una vez liberado y arrepentido de sus actos, siguió su camino hacia casa del Hada, pero le entró el hambre y saltó a un viñedo donde quedó enganchado en un cepo. Entonces llegó el labrador, que lo acusó de ladrón y lo obligó a actuar como su perro guardián para avisarle por si venían ladrones. Cuando llegaron los ladrones, que eran cuatro garduñas, le propusieron un pacto: robarían ocho gallinas de las cuales una seria para él. Pero Pinocho no aceptó y engañó a las garduñas encerrándolas en el gallinero y avisando al amo. Este para recompensárselo, le dejo libre.

 Así, Pinocho salió corriendo en busca de la casa del Hada, pero cuando llegó no estaba y solo había una tumba, la tumba del hada. Pinocho lloró desconsoladamente y apareció una paloma, que preguntaba por él. Le dijo que su padre lo estaba buscando y que se iba a ir en una barca a buscarle al Nuevo Mundo. Así que, la paloma lo llevó hasta la playa pero ya era tarde. Gepeto ya había partido y una ola se lo tragó. Pinocho saltó al mar en busca de su padre.

Pinocho llegó a una isla, pero no vio a nadie, excepto a un delfín que le indico el camino hacia un país cercano y le advirtió de la presencia de un dragón marino. Cuando llegó al país de las Abejas hacendosas (que era como se llamaba), vio que toda la gente era muy trabajadora y él, en cambio, odiaba trabajar. Así que empezó a pedir limosna para poder comer, pero nadie se la quería dar porque decían que era un vago. Al poco rato pasó una mujer con dos cantaros de agua, y Pinocho le pidió un poco. La señora se la dio encantada y le dijo que le daría de comer a cambio de que le llevase los cantaros. Este aceptó y cuando termino la comilona, se dio cuenta de que la mujer era el Hada, y decidió que fuera su madre, haciéndole prometer que iría a la escuela.

Pinocho empezó a ir a la escuela y era muy estudioso, pero se juntaba con los niños más traviesos del colegio. Un día, los amigos le convencieron para ir a la playa y saltarse las clases porque querían ver un dragón marino; pero esto resulto ser una broma, porque los niños tenían envidia de lo estudioso que era Pinocho. Así que todos empezaron a pelearse y accidentalmente le dieron con un libro en la cabeza a uno y cayó inconsciente. Todos salieron corriendo menos Pinocho, que se quedó con el niño, hasta que llegó una pareja de guardias civiles, que lo acusaron injustamente. Cuando lo llevaban al cuartel, Pinocho consiguió escapar.

Pero un perro lo perseguía, así que entró al agua y el perro también, aunque no sabía nadar. Pinocho ayudó al perro y se refugió en una cueva donde un pescado lo confundió con un pescado y lo quiso freír. De repente, entro el perro y lo salvó, y Pinocho volvió a casa en busca del Hada que le regañó y le hizo prometer que no volvería a ocurrir. Pinocho aprobó todos los exámenes y para celebrarlo, su mamá, el Hada, invitó a todos sus amigos a una merienda.

Cuando Pinocho fue a invitar a sus amigos, se encontró con su amigo Esparrago que le comentó que se iba a ir al “País de los Juguetes”, donde no existían escuelas ni maestros. El muñeco, interesado por la idea, esperó a que viniese el coche a por su amigo, y al final lo convencieron entre todos y se fue con ellos. Cinco meses se tiró Pinocho en ese país, sin hacer nada y vagueando. Un buen día, se despertó y notó que le habían crecido dos orejas de burro, y fue a comprobar si su amigo Esparrago también las tenía. Así era, y pronto los dos se convirtieron en dos burros y comenzaron a rebuznar.

El señor que los había llevado a ese país los vendió en un mercado: a Esparrago lo vendió a un labrador, y a Pinocho a una compañía de titiriteros. En la compañía lo enseñaron a bailar y a saltar por el aro, pero en una actuación cayó mal, y no puedo volver a actuar. Su nuevo dueño lo vendió a un hombre que quería su piel para hacerse un tambor, pero para matarlo lo ató de una soga y lo hundió en el mar para ahogarlo. Pero lo que ocurrió fue que los peces se lo comieron y Pinocho fue liberado de la piel de asno y volvió a convertirse en un muñeco. Huyó de su nuevo amo nadando y vio a lo lejos una isla en la que le esperaba una cabra con los mismos cabellos azules que el Hada. Intentó alcanzarla pero, de repente, el dragón marino se lo tragó. Ya dentro de este vio una luz y se acercó a ver que encontraba.

Allí encontró a su padre y juntos idearon un plan para escapar. Una vez salieron del dragón marino, Pinocho nadó con su padre encima, pero pronto se cansó y un salmón los ayudó a llegar a la orilla. Una vez allí se cruzaron con la zorra y el gato, que se habían quedado en la miseria y, posteriormente, llegaron a una casa que pertenecía al grillo. El los acogió y Pinocho empezó a trabajar para conseguir todos los días un vaso de leche para su padre y haciendo cestos de mimbre.

Un día, decidió ir a comprarse un traje, pero se encontró con el caracol que servía en la casa del Hada y le dijo que esta estaba enferman en el hospital, así que Pinocho le dio el dinero para que pudiera curarse. Al día siguiente se despertó y se había convertido en un niño gracias al Hada, y su padre había recuperado la salud.

Gracias a la bondad del muñeco, la familia acabó siendo feliz.

EL REY MIDAS



Había una vez un rey que tenía mucho oro, pero siempre quería más. Este rey tenía una hija llamada Caléndula a la que quería colmar de riquezas, pero a la niña no le interesaba el oro, sino estar en el jardín con las flores y pasear con su padre, cosa que este no hacia porque siempre estaba pensando cómo ganar más oro.

Un día, el rey se encerró en las cámaras donde tenía todo su oro y pensaba como ganar más cuando de repente se le apareció un hombre desconocido que le concedió su deseo de convertir en oro todo lo que tocase.

Cuando se despertó al día siguiente tocó sus sabanas y se convirtieron en oro, tocó su libro y se convirtió en oro y la comida también, así vio que no podía comer ni leer. Al momento, llegó su hija muy afectada porque su padre había convertido sus rosas en oro y al abrazarla, también la convirtió en oro.

El rey Midas rompió a llorar, y el hombrecillo se apareció otra vez diciéndole que había aprendido una lección y que si quería quitarse esa maldición debería irse al río y bañarse en él, al igual que todo lo que quería que dejase de ser oro.
Nunca más el rey Midas se interesó en otro oro que no fuera el oro de la luz del sol, o el oro del cabello de la pequeña Caléndula.


LAS HABICHUELAS MÁGICAS 
(Hans Christian Andersen)




Periquín era un muchacho que vivía con su madre, y un día esta le dijo que se fuera a vender una vaca que tenían, pero en lugar de eso las cambió por unas habichuelas. La madre enfurecida tiró las habichuelas a la calle, pero al día siguiente, cuando salió Periquín, vio que las habichuelas se habían convertido en una larga planta que se perdía en las nubes.

El niño trepó y llegó a un país desconocido donde encontró el castillo de un gigante que tenía una gallina que ponía huevos de oro. Con la gallina, el chico y su padre consiguieron vivir un tiempo, pero la gallina se murió y tuvo que subir otra vez.

Esta vez vio que el gigante tenía un bolso de cuero lleno de monedas de oro, con el que tuvieron para vivir otra temporada, pero se acabó, por lo que volvió a subir.

Vio que el gigante tenía una caja que cada vez que se abria soltaba una moneda de oro, asique la robó. Pero también descubrió un arpa que se tocaba sola y el gigante se quedaba dormía. Tan fascinado quedó con este arpa que decidió robarla también, pero esta estaba encantada y comenzó a gritar diciendo que estaba siendo robada. El gigante se despertó y corrió detrás del niño, pero este avisó a su madre que cortó la planta.

Así, Periquín y su madre pudieron vivir cómodamente con la cajita que daba monedas de oro.


 ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
(Lewis Carrol)

Ilustración de Lacombe
Alicia esta aburrida en la orilla del río cuando ve que un conejo blanco vestido con un elegante traje va corriendo preocupado por no llegar tarde. La niña decide entonces seguirle hasta su madriguera cuando se da cuenta que ésta es un túnel descendente que parece no tener fin.

Cuando llega al final descubre una pequeña puerta por la que no puede entrar debido a su tamaño. Esto deja de ser un problema cuando encima de la mesa encuentra un pequeño frasco que le hace decrecer, pero olvida en lo alto de la mesa la llave de la puerta.

Tras el disgusto la niña descubre un pequeño pastel que le hace crecer de nuevo pero la reaparición del conejo le hace seguirle y posponer el propósito de llegar al otro lado de la puerta, donde había podido vislumbrar un hermoso jardín. Alicia se propone devolver al conejo sus guantes y su abanico (perdidos en el camino al asustarse de la enorme altura de Alicia). La niña empieza a razonar mientras se abanica y se da cuenta de que el abanico es la causa de que mengue de nuevo de tamaño. Éste se ha reducido tanto que la niña casi se ahoga en las lágrimas derramadas anteriormente. En este charco de lágrimas se da cuenta que hay más criaturas extrañas que casi perecen en las lágrimas de Alicia.

La niña y las demás criaturas realizan una carrera para secarse y mientras tanto la niña conoce las diferentes historias de los animales reunidos. El problema es que Alicia tiene esa ingenuidad infantil que le hace decir todo lo que piensa sin pensar en las consecuencias y eso provoca que los demás le dejen de lado. Cuando Alicia empezaba a sentirse sola de verdad aparece de nuevo el conejo blanco, con prisa y temiendo a la furia de una tal duquesa. El conejo le confunde con su criada y le regaña al ver que ésta no ha ido a casa a traerle unos guantes y un abanico, ya que los que llevaba no sabe dónde están. Alicia corrió asustada sin pensar y llegó hasta una casita en la que ponía en bronce “B. Conejo”. Alicia entró deprisa y sin llamar, no la fueran a descubrir y a echar a patadas. Tras coger del dormitorio los objetos requeridos la niña se fijó en un frasco del que de nuevo pendía un cartel: Bébeme.

Al hacerlo la niña comenzó a crecer, tanto que no pudo salir de la casa del conejo. Éste al ver que su criada tardaba tanto fue él mismo a su casa para regañarla. Al llegar se queda estupefacto al ver que de su casa salía un brazo por la ventana. Alicia escucha como el conejo llama a un tal Paco al que le manda que quite “eso” de dentro de la casa. Al final escucha como dos voces se pelean por entrar dentro de la casa por la chimenea, siendo el “afortunado” Pepito, el cual recibe una enorme patada de Alicia que le hace salir disparado de nuevo por la chimenea. El miedo de las criaturas presentes hace que se planteen quemar la casa, a lo que Alicia responde desde dentro con un nuevo ataque. Al cabo del rato las criaturas lanzan por la ventana una carretilla llena de pastelitos mágicos, por lo que Alicia mengua de nuevo al ingerirlos. Cuando pudo salir por la puerta corrió hacia un tupido bosque, ya que los demás animales habían comenzado a perseguirle. En el bosque la niña se encuentra con la necesidad de cambiar de tamaño, ya que era tan pequeña que podía ser arrollada por cualquiera.

En su divagar se encuentra con una oruga azul que fumaba en pipa un poco respondona y maleducada. Tras una conversación de la que Alicia no saca más que un disgusto, la oruga le indica la forma de aumentar de tamaño. Tras ingerir un trozo de la seta colindante y guardarse un trozo para prevenir desastres Alicia recobra un tamaño aceptable.

La niña llega a un claro del bosque en el que había una casita. Del otro lado del bosque sale corriendo lo que parece un sirviente y la niña se muere de curiosidad por saber lo que pasa. Así ve como un lacayo-pez lee una invitación de la reina a la duquesa para jugar al croquet ante la puerta de la casa. La niña entró dentro al ver que de ella salían volando platos y se asombró al ver en medio de una cocina a la duquesa sentada en un taburete con un niño en brazos sin parar de llorar. La duquesa lo zarandeaba con violencia y le lanzaba improperios de cuando en cuando. Alicia se asombró ante la actitud de la duquesa y observó que en el aire había pimienta, con lo que no podía parar de estornudar. La cocinera no paraba de añadir pimienta a la sopa y el gato de Cheesire le miraba con una gran sonrisa.

Pronto Alicia se percató del peligro que corría en aquella casa porque la duquesa no paraba de humillarle y la cocinera se dedicaba a lanzar todo lo que tenía a su alcance.

El niño fue el objetivo de la atención de Alicia al ver que las dos señoras no paraban de propinarle golpes, lo que provocaba su llanto desmesurado. Cuando la niña tuvo la oportunidad de tomarlo en brazos decidió salir de aquella casa de locos y comprobó que era difícil mantenerlo, ya que el niño tenía una forma extraña. A medida que caminaba se dio cuenta de que el niño se estaba transformando en un cerdo, por lo que Alicia le dejó libre. Alicia siguió caminando sin rumbo y se encontró con el gato de Cheesire. Éste le indicó el camino a la casa de la liebre de Marzo, donde se celebraba un té entre amigos.

La niña se encuentra allí con el lirón, la liebre de Marzo y el sombrerero. Pronto se da cuenta de que su celebración es un poco disparatada, nunca dejan de tomar el té y se dedican a contar cuentos sin sentido. Alicia se va un poco enfadada de esta reunión, ya que, a estas alturas de la historia, ha comprobado que las criaturas de este mundo extraño son maleducadas y extrañas, no guardan las formas ni tratan con educación a los demás.

Tras abandonar a los tres amigos chiflados Alicia encuentra por fin la entrada al jardín que había visto tras la puerta pequeña del principio. Pronto descubre que es un jardín cuidado por unos naipes preocupados por su vida, ya que si la reina no encuentra de su gusto el jardín les mandará cortar la cabeza. Cuando la reina pasa con su corte se queda asombrada ante la aparición de Alicia y le invita a jugar al croquet. La partida resulta ser un fracaso porque la reina tenía que ser la ganadora y los utensilios de juego eran objetos vivos, por lo que costaba trabajo hacerse con su confianza. Además la reina no paraba de condenar a muerte a todos los jugadores por lo que la partida acabó enseguida.

El gato de Cheesire vuelve a intervenir aquí, apareciendo sólo su cabeza. La reina se enfada y manda cortarle la cabeza, lo que suscita un gran problema ya que no se puede decapitar a una cabeza.


Alicia es enviada por la reina a ver a la tortuga artificial, un ser muy llorón con cuerpo de tortuga y cabeza y extremidades de vaca. En compañía del grifo, Alicia vuelve a vivir una historia disparatada. La niña se enfada ya que ve imposible la realización de ciertas actividades (que las langostas se cojan de las manos y bailen, ya que no tienen manos y con las pinzas se lastimarían) ilógicas e incomprensibles a su parecer.

Cuando es llamada a regresar ante la reina es para presenciar un juicio contra la sota de corazones, acusada de robar unas tartas. Alicia pronto se percata de que el conjunto de las criaturas presentes (todas las que ha ido conociendo a lo largo de su viaje) están completamente locos y no hacen las cosas bien, como en su mundo. El juicio que presencia la niña es de un nivel superior de majadería, ya que los jurados son totalmente inútiles, la reina se moría por dictar sentencia y el rey se inventaba las pruebas para acusar a la sota.

Alicia empieza a enfadarse con las autoridades y empieza a replicar (a medida que transcurre la historia Alicia se vuelve muy contestona) a las autoridades. Cuando es llamada a testificar empieza a crecer de nuevo y se va incrementando su enfado...La reina ordenó que le cortaran la cabeza y Alicia, que se sentía más valiente a causa de su enorme estatura, se levantó y amenazó a la reina asegurando que no le podían cortar la cabeza un mazo de cartas. En ese momento Alicia despierta a la orilla del río y se encuentra en el lugar de donde partió. Se encuentra con que las hojas de los árboles le habían despertado al posarse sobre su cara. La niña se apresuró a contarle su maravilloso sueño a su hermana, dando así por finalizada su maravillosa aventura.


La bella y la bestia (Jeanne Marie Leprince de Beaumont)

Ilustración de Dennis Wong
Había una vez un mercader muy rico que tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres. Las tres hijas eran muy hermosas; pero la más joven despertaba tanta admiración, que de pequeña todos la apodaban “la bella niña”. No sólo era la menor mucho más bonita que las otras, sino también más bondadosa.
Las tres jóvenes, agraciadas y poseedoras de muchas riquezas, eran solicitadas en matrimonio por muchos mercaderes de la región, pero las dos mayores los despreciaban y rechazaban diciendo que sólo se casarían con un noble: por lo menos un duque o conde. La Bella agradecía muy cortésmente el interés de cuantos querían tomarla por esposa, y los atendía con suma amabilidad y delicadeza; pero les alegaba que aún era muy joven.
De un solo golpe perdió el mercader todos sus bienes, y no le quedó más que una pequeña casa de campo a buena distancia de la ciudad y empezó a trabajar como campesino.
Sus dos hijas mayores respondieron con la altivez que siempre demostraban en toda ocasión, que de ningún modo abandonarían la ciudad, pues no les faltaban enamorados que se sentirían felices de casarse con ellas, no obstante su fortuna perdida. En esto se engañaban las buenas señoritas: sus enamorados perdieron totalmente el interés en ellas en cuanto fueron pobres.
Por el contrario, no faltaron caballeros dispuestos a casarse Bella, aunque no tuviese un centavo; pero la joven agradecía pero respondía que le era imposible abandonar a su padre en desgracia, y que lo seguiría a la campiña para consolarlo y ayudarlo en sus trabajos.
No bien llegaron y se establecieron en la casa de campo, el mercader y sus tres hijos con ropajes de labriegos se dedicaron a preparar y labrar la tierra. La Bella se levantaba a las cuatro de la mañana y se ocupaba en limpiar la casa y preparar la comida de la familia. Hacía ya un año que la familia vivía en aquellas soledades cuando el mercader recibió una carta en la cual le anunciaban que cierto navío acababa de arribar, con una carga de mercancías para él. Esta noticia trastornó por completo a sus dos hijas mayores, pues imaginaron que por fin podrían abandonar aquellos campos donde tanto se aburrían y además lo único que se les cruzaba por la cabeza era volver a la ociosa y fatua vida en las fiestas y teatros, mostrando riquezas; por lo que, no bien vieron a su padre ya dispuesto para salir, le pidieron que les trajera vestidos, chalinas, peinetas y toda suerte de bagatelas. La Bella no dijo una palabra, pensando para sí que todo el oro de las mercancías no iba a bastar para los encargos de sus hermanas, y le pidió a su padre que le trajese una simple rosa.
No era que la desease realmente, sino que no quería afear con su ejemplo la conducta de sus hermanas, las cuales habían dicho que si no pedía nada era sólo por darse importancia.
Partió, pues, el buen mercader; pero cuando llegó a la ciudad supo que había un pleito andando en torno a sus mercaderías, y luego de muchos trabajos y penas se halló tan pobre como antes. Y así emprendió nuevamente el camino hacia su vivienda pero se equivocó en el camino al atravesar un gran bosque, y se perdió dentro de él, en medio de una tormenta de viento y nieve que comenzó a desatarse.
De repente, tendió la vista por entre dos largas hileras de árboles y vio una brillante luz a gran distancia.
Se encaminó hacia aquel sitio y al acercarse observó que la luz salía de un gran palacio todo iluminado. Se apresuró a refugiarse allí; pero su sorpresa fue considerable cuando no encontró a persona alguna en los patios, el mercader pasó al castillo, donde tampoco vio a nadie; y por fin llegó a una gran sala en que había un buen fuego y una mesa cargada de viandas con un solo cubierto y se arrimó al fuego para secarse.
Cuando sonaron once campanadas sin que se apareciese nadie, no pudo ya resistir el hambre, y apoderándose de un pollo se lo comió con dos bocados a pesar de sus temblores. Bebió también algunas copas de vino, y ya con nueva audacia abandonó la sala y recorrió varios espaciosos aposentos, magníficamente amueblados. En uno de ellos encontró una cama dispuesta por lo que decidió cerrar la puerta y acostarse a dormir.
Eran las diez de la mañana cuando se levantó al día siguiente, y no fue pequeña su sorpresa al encontrarse un traje como hecho a su medida.
El buen hombre, después de tomar el chocolate que le habían dispuesto para desayunar, salió en busca de su caballo, y al pasar por un sector lleno de rosas blancas recordó la petición de la Bella y cortó una para llevársela. En el mismo momento se escuchó un gran estruendo y vio que se dirigía hacia él una bestia tan horrenda, que le faltó poco para caer desmayado.
La bestia, enfurecida por que el hombre le cortara las rosas del jardín, decidió matarlo. El hombre le pidió misericordia ya que las rosas eran para sus hijas, y la bestia decidió perdonarlo a cambio de que una de sus hijas se pusiera en su lugar. Además, la bestia le dio un cofre en el que debía poner todas las cosas que quisiese. El buen hombre no tenía intención de mandar a sus hijas, pero quería darles un último abrazo y dejarle el cofre para que viviesen cómodamente.
Volvió, pues, a la estancia donde había dormido, y halló una gran cantidad de monedas de oro con las que llenó el cofre de que le hablara la Bestia, lo cerró, fue a las caballerizas en busca de su caballo y abandonó aquel palacio con una gran tristeza, pareja a la alegría con que entrara en él la noche antes en busca de albergue. Su caballo tomó por sí mismo una de las veredas que había en el bosque, y en unas pocas horas se halló de regreso en su pequeña granja.
Se juntaron sus hijas en torno suyo y, lejos de alegrarse con sus caricias, el pobre mercader se echó a llorar angustiado mirándolas. Traía en la mano el ramo de rosas que había cortado para la Bella.
Enseguida contó a su familia la funesta aventura que acababa de sucederle. Al oírlo, sus dos hijas mayores dieron grandes alaridos y llenaron de injurias a la Bella, que no había derramado una lágrima. En su lugar se propuso voluntaria para ir en su lugar, pero como el padre no accedió consiguió acompañarle al castillo.
Por más que razonaron con ella no hubo forma de convencerla, y sus hermanas estaban encantadas, porque las virtudes de la joven les había inspirado siempre unos celos irresistibles. Al mercader lo abrumaba tanto el dolor de perder a su hija, que olvidó el cofre repleto de oro; pero al retirarse a su habitación para dormir su sorpresa fue enorme al encontrarlo junto a la cama. Decidió no decir una palabra a sus hijos de aquellas nuevas y grandes riquezas, ya que habrían querido retornar a la ciudad y él estaba resuelto a morir en el campo; pero reveló el secreto a la Bella, quien a su vez le confió que en su ausencia habían venido de visita algunos caballeros, y que dos de ellos amaban a sus hermanas. Le rogó que les permitiera casarse, pues era tan buena que las seguía queriendo y las perdonaba de todo corazón, a pesar del mal que le habían hecho.
El día en que partieron la Bella y su padre, las dos perversas muchachas se frotaron los ojos con cebolla para tener lágrimas con que llorarlos; sus hermanos, en cambio, lloraron de veras, como también el mercader, y en toda la casa la única que no lloró fue la Bella, pues no quería aumentar el dolor de los otros.
Echó a andar el caballo hacia el palacio, y al caer la tarde apareció éste todo iluminado como la primera vez. El caballo se fue por sí solo a la caballeriza, y el buen hombre y su hija pasaron al gran salón, donde encontraron una mesa magníficamente servida en la que había dos cubiertos. El mercader no tenía ánimo para probar bocado, pero la Bella, esforzándose por parecer tranquila, se sentó a la mesa y le sirvió.
En cuanto terminaron de cenar se escuchó un gran estruendo y el mercader, llorando, dijo a su pobre hija que se acercaba la Bestia. No pudo la Bella evitar un estremecimiento cuando vio su horrible figura, aunque procuró disimular su miedo, y al interrogarla el monstruo sobre si la habían obligado o si venía por su propia voluntad, ella le respondió que sí, temblando, que era decisión propia.
La bestia decidió que su padre partiría a la mañana y durante la noche, Bella soñó con una dama que le decía que su buena acción seria recompensada. Le contó el sueño al buen hombre la Bella al despertarse; y aunque le sirvió un tanto de consuelo, no alcanzó a evitar que se lamentara con grandes sollozos al momento de separarse de su querida hija.
En cuanto se hubo marchado se dirigió la Bella a la gran sala y se echó a llorar; pero, como tenía sobrado coraje, resolvió no apesadumbrarse durante el poco tiempo que le quedase de vida, pues tenía el convencimiento de que el monstruo la devoraría aquella misma tarde. Mientras esperaba decidió recorrer el espléndido castillo, ya que a pesar de todo no podía evitar que su belleza la conmoviese. Su asombro fue aún mayor cuando halló escrito sobre una puerta: “Aposento de la Bella”
La abrió precipitadamente y quedó deslumbrada por la magnificencia que allí reinaba; pero lo que más llamó su atención fue una bien provista biblioteca, un clavicordio y numerosos libros de música, lo que reunía todo lo que a ella le hacía la vida placentera.
Al volver los ojos a un gran espejo y ver allí su casa, adonde llegaba entonces su padre con el semblante lleno de tristeza! Las dos hermanas mayores acudieron a recibirlo, y a pesar de los aspavientos que hacían para aparecer afligidas, se les reflejaba en el rostro la satisfacción que sentían por la pérdida de su hermana, por haberse desprendido de la hermana que les hacía sombra con su belleza y bondad. Desapareció todo en un momento, y la Bella no pudo dejar de decirse que la Bestia era muy complaciente, y que nada tenía que temer de su parte.
Al mediodía halló la mesa servida, y mientras comía escuchó un exquisito concierto, aunque no vio a persona alguna. Esa tarde, cuando iba a sentarse a la mesa, oyó el estruendo que hacía la Bestia al acercarse, y no pudo evitar un estremecimiento. Durante esta comida, la Bestia le pidió matrimonio, al cual esta se negó.
Quiso suspirar al oírla el pobre monstruo, pero de su pecho no salió más que un silbido tan espantoso, que hizo retemblar el palacio entero; sin embargo, la Bella se tranquilizó enseguida.
Tres apacibles meses pasó la Bella en el castillo. Todas las tardes la Bestia la visitaba, y la entretenía y observaba mientras comía, con su conversación llena de buen sentido, pero jamás de aquello que en el mundo llaman ingenio. Cada día la Bella encontraba en el monstruo nuevas bondades, y la costumbre de verlo la había habituado tanto a su fealdad, que lejos de temer el momento de su visita, miraba con frecuencia el reloj para ver si eran las nueve, ya que la Bestia jamás dejaba de presentarse a esa hora, Sólo había una cosa que la apenaba, y era que la Bestia, cotidianamente antes de retirarse, le preguntaba cada noche si quería ser su esposa, y cuando ella rehusaba parecía traspasado de dolor. Un día le dijo, sabiendo que su padre estaba enfermo a través del espejo, le pidió a la Bestia ir a verle, prometiéndole que volvería a su lado, a lo cual accedió.
La Bestia suspiró, según su costumbre, al decir estas palabras, y la Bella se acostó con la tristeza de verlo tan apesadumbrado. Cuando despertó a la mañana siguiente se hallaba en casa de su padre. Sonó a poco una campanilla que estaba junto a la cama y apareció la sirvienta, quien dio un gran grito al verla. Acudió rápidamente a sus voces el buen padre, y creyó morir de alegría porque recobraba a su querida hija, con la cual estuvo abrazado más de un cuarto de hora.
Luego de estas primeras efusiones, la Bella recordó que no tenía ropas con que vestirse, pero la sirvienta le dijo que en la vecina habitación había encontrado un cofre lleno de magníficos vestidos con adornos de oro y diamantes. Agradecida a las atenciones de la Bestia, pidió la Bella que le trajesen el más modesto de aquellos vestidos y que guardasen los otros para regalárselos a sus hermanas; pero apenas había dado esta orden desapareció el cofre. Su padre comentó que sin duda la Bestia quería que conservase para sí los regalos, y al instante reapareció el cofre donde estuviera antes.
Se vistió la Bella, y entretanto avisaron a las hermanas, que acudieron en compañía de sus esposos. Las dos eran muy desdichadas en sus matrimonios, pues la primera se había casado con un gentilhombre tan hermoso como Cupido, pero que no pensaba sino en su propia figura, a la que dedicaba todos sus desvelos de la mañana a la noche, menospreciando la belleza de su esposa. La segunda, en cambio, tenía por marido a un hombre cuyo gran talento no servía más que para mortificar a todo el mundo, empezando por su esposa.
Cuando vieron a la Bella ataviada como una princesa, y más hermosa que la luz del día, las dos creyeron morir de dolor. Aunque la Bella les hizo mil caricias no les pudo aplacar los celos, que se recrudecieron cuando les contó lo feliz que se sentía. Bajaron las dos al jardín para llorar allí a sus anchas.
Bella se reprochaba el pesar que así causaba a su pobre monstruo, a quien amaba de todo corazón, y se entristecía de no verlo. La décima noche que estuvo en casa de su padre, soñó que se hallaba en el jardín del castillo, y que veía cómo la Bestia, inerte sobre la hierba, a punto de morir, la reconvenía por sus ingratitudes. Despertó sobresaltada, con los ojos llenos de lágrimas.
Así, Bella se levantó, puso su sortija sobre la mesa y volvió a acostarse. Apenas se tendió sobre la cama se quedó dormida, y al despertarse a la mañana siguiente vio con alegría que se hallaba en el castillo de la Bestia. Se vistió con todo esplendor por darle gusto, y creyó morir de impaciencia en espera de que fuesen las nueve de la noche; pero el monstruo no apareció al dar el reloj la hora. Creyó entonces que le habría causado la muerte, y exhalando profundos suspiros, a punto de desesperarse, recorrió la Bella el castillo entero, buscando inútilmente por todas partes. Recordó entonces su sueño y corrió por el jardín hacia el estanque junto al cual lo viera en sueños. Allí encontró a la pobre Bestia sobre la hierba, perdido el conocimiento, y pensó que había muerto. Sin el menor asomo de horror se dejó caer a su lado, y al sentir que aún le latía el corazón, tomó un poco de agua del estanque y le roció la cabeza. Abrió la Bestia los ojos.
Bella le prometió su mano porque se había dado cuenta de que lo amaba. Apenas había pronunciado estas palabras la Bella vio que todo el palacio se iluminaba con luces resplandecientes: los fuegos artificiales, la música, todo era anuncio de una gran fiesta; pero ninguna de estas bellezas logró distraerla, y se volvió hacia su querido monstruo, cuyo peligro la hacía estremecerse. ¡Cuál no sería su sorpresa! La Bestia había desaparecido y en su lugar había un príncipe más hermoso que el Amor, que le daba las gracias por haber puesto fin a su encantamiento. Aunque este príncipe mereciese toda su atención, no pudo dejar de preguntarle dónde estaba la Bestia.
El príncipe le explico que: cierta maligna hada me ordenó permanecer bajo esa figura, privándome a la vez del uso de mi inteligencia, hasta que alguna bella joven consintiera en casarse conmigo. En todo el mundo tú sola has sido capaz de conmoverte con la bondad de mi corazón; ni aun ofreciéndote mi corona podría demostrarte la gratitud que te guardo y nunca podré pagar la deuda que he contraído contigo.
La Bella, agradablemente sorprendida, tendió su mano al hermoso príncipe para que se levantase. Se encaminaron después al castillo, y la joven creyó morir de dicha cuando encontró en el gran salón a su padre y a toda la familia, a quienes la hermosa dama que viera en sueños había traído hasta allí.
-Bella -le dijo esta dama, que era un hada poderosa-, ven a recibir el premio de tu buena elección: has preferido la virtud a la belleza y a la inteligencia, y por tanto mereces hallar todas estas cualidades reunidas en una sola persona. Vas a ser una gran reina: yo espero que tus virtudes no se desvanecerán en el trono. Y en cuanto a ustedes, señoras -agregó el hada, dirigiéndose a sus hermanas-, conozco sus corazones y toda la malicia que encierran. Conviértanse en estatuas, pero conserven la razón adentro de la piedra que va a envolverlas. Estarán a la puerta del palacio de la Bella, y no les pongo otra pena que la de ser testigos de su felicidad. No podrán volver a su primer estado hasta que reconozcan sus faltas; pero me temo mucho que no dejarán jamás de ser estatuas. Pues uno puede recobrarse del orgullo, la cólera, la gula y la pereza; pero es una especie de milagro que se corrija un corazón maligno y envidioso.
En este punto dio el hada un golpe en el suelo con una varita y transportó a cuantos estaban en la sala al reino del príncipe. Sus súbditos lo recibieron con júbilo, y a poco se celebraron sus bodas con la Bella, quien vivió junto a él muy largos años en una felicidad perfecta, pues estaba fundada en la virtud.










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